miércoles, 30 de julio de 2014

Los nombres de las cosas - Leopoldo de Luis


Si decimos madera, se oye el viento
poniendo entre los árboles su música,
como cuando al nombrar el pan nos llega
un vaho caliente de la mies madura
y al decir vino es un otoño claro
lo que nos toca con su mansa lluvia.


trae el olor de una sustancia pura,
la lejana verdad de su materia,
los cálidos cimientos que la fundan.

Si decimos madera suena el golpe
del leñador entre las altas plumas
vegetales, la sombra campesina
si pan decimos fugitiva cruza

y la mano artesana que levanta
la nívea luz de la amasada espuma,
y el rumor jornalero en los lagares
si vino dice nuestra voz, se escucha.

En la arcilla del nombre cada cosa
como en pequeños ríos acumula
el humano sudor, el noble esfuerzo
para su claridad primera y última.

Hasta nosotros vienen nombres, cosas:
madera, vino, pan, metales, frutas...
Satélites diarios nos rodean,
sus solícitas sombras nos ayudan.

Tienes que pronunciar los nombres
de las cosas sintiendo su profunda
realidad de materia y su invisible
condensación de vida.

Tal la pulpa de una almendra,
en la cáscara del nombre trozos de vida,
vidas diminutas, duermen y se despiertan
en tus labios, hijo,
cuando tus labios las pronuncian.
En el ala del nombre cada cosa

  Leopoldo de Luis

martes, 29 de julio de 2014

Enamorarse y no - Mario Benedetti

Cuando uno se enamora las cuadrillas
del tiempo hacen escala en el olvido
la desdicha se llena de milagros
el miedo se convierte en osadía
y la muerte no sale de su cueva
enamorarse es un presagio gratis
una ventana abierta al árbol nuevo
una proeza de los sentimientos
una bonanza casi insoportable
y un ejercicio contra el infortunio
por el contrario desenamorarse
es ver el cuerpo como es y no
como la otra mirada lo inventaba
es regresar más pobre al viejo enigma
y dar con la tristeza en el espejo.

Mario Benedetti

lunes, 28 de julio de 2014

CREDO - León Felipe



Aquí estoy...
En este mundo todavía... Viejo y cansado... Esperando
a que me llamen...
Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita
y condenada
y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro
y me ha dicho severo:
No, no es la hora todavía... hay que esperar...
Y aquí estoy esperando...
con el mismo traje viejo de ayer,
haciendo recuentos y memoria,
haciendo examen de conciencia,
escudriñando agudamente mi vida...
¡Qué desastre!... ¡Ni un talento!... Todo lo perdí.
Sólo mis ojos saben aún llorar. Esto es lo que me queda...
Y mi esperanza se levanta para decir acongojada:
Otra vez lo haré mejor, Señor,
porque... ¿no es cierto que volvemos a nacer?
¿No es cierto que de alguna manera volvemos a nacer?
Creo que Dios nos da siempre otra vida,
otras vidas nuevas,
otros cuerpos con otras herramientas,
con otros instrumentos... Otras cajas sonoras
donde el alma inmortal y viajera se mueva mejor
para ir corrigiendo lentamente,
muy lentamente, a través de los siglos,
nuestros viejos pecados,
nuestros tercos pecados...
para ir eliminando poco a poco
el veneno original de nuestra sangre
que viene de muy lejos.
Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo transforma todo.
Sin embargo pasan los siglos y el alma está, en otro sitio...
¡pero está!
Creo que tenemos muchas vidas,
que todas son purgatorios sucesivos,
y que esos purgatorios sucesivos, todos juntos,
constituyen el infierno, el infierno purificador,
al final del cual está la Luz, el Gran Dios, esperándonos.
Ni el infierno... ni el fuego y el dolor son eternos.
Sólo la Luz brilla sin tregua,
diamantina,
infinita,
misericordiosa,
perdurable por los siglos de los siglos...
Ahí está siempre con sus divinos atributos.
Sólo mis ojos hoy son incapaces de verla...
estos pobres ojos que no saben aún más que llorar.

 León Felipe

domingo, 27 de julio de 2014

Luna congelada - Mario Benedetti

Con esta soledad
alevosa
tranquila
con esta soledad
de sagradas goteras
de lejanos aullidos
de monstruos de silencio
de recuerdos al firme
de luna congelada
de noche para otros
de ojos bien abiertos

con esta soledad
inservible
vacía

se puede algunas veces
entender
el amor.

Mario Benedetti

viernes, 25 de julio de 2014

Estados de ánimo

Unas veces me siento
como pobre colina,
y otras como montaña
de cumbres repetidas,
unas veces me siento
como un acantilado,
y en otras como un cielo
azul pero lejano,
a veces uno es
manantial entre rocas,
y otras veces un árbol
con las últimas hojas,
pero hoy me siento apenas
como laguna insomne,
con un embarcadero
ya sin embarcaciones,
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde,
te acerques y te mires..
te mires al mirarme.
 
Mario Benedetti

miércoles, 23 de julio de 2014

Dos cuerpos - Octavio Paz

Dos cuerpos frente a frente
son a veces dos olas
y la noche es océano.

Dos cuerpos frente a frente
son a veces dos piedras
y la noche desierto.

Dos cuerpos frente a frente
son a veces raíces
en la noche enlazadas.

Dos cuerpos frente a frente
son a veces navajas
y la noche relámpago.

Dos cuerpos frente a frente
son dos astros que caen
en un cielo vacío.

Octavio Paz

domingo, 20 de julio de 2014

TU RISA - Pablo Neruda

 Quítame el pan, si quieres,
quítame el aire, pero
no me quites tu risa.
No me quites la rosa,
la lanza que desgranas,
el agua que de pronto
estalla en tu alegría,
la repentina ola
de plata que te nace.

Mi lucha es dura y vuelvo
con los ojos cansados
a veces de haber visto
la tierra que no cambia,
pero al entrar tu risa
sube al cielo buscándome
y abre para mi todas
las puertas de la vida.

Amor mío, en la hora
más oscura desgrana
tu risa, y si de pronto
ves que mi sangre mancha
las piedras de la calle,
ríe, porque tu risa
será para mis manos
como una espada fresca.

Junto al mar en otoño,
tu risa debe alzar
su cascada de espuma,
y en primavera, amor,
quiero tu risa como
la flor que yo esperaba,
la flor azul, la rosa
de mi patria sonora.

Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla,
ríete de este torpe
muchacho que te quiere,
pero cuando yo abro
los ojos y los cierro,
cuando mis pasos van,
cuando vuelven mis pasos,
niégame el pan, el aire,
la luz, la primavera,
pero tu risa nunca
porque me moriría.

Pablo Neruda

viernes, 18 de julio de 2014

Inventario galante - Antonio Machado


Tus ojos me recuerdan
las noches de verano
negras noches sin luna,
orilla al mar salado,
y el chispear de estrellas
del cielo negro y bajo.
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano.
Y tu morena carne,
los trigos requemados,
y el suspirar de fuego
de los maduros campos.

Tu hermana es clara y débil
como los juncos lánguidos,
como los sauces tristes,
como los linos glaucos.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano...
Y es alba y aura fría
sobre los pobres álamos
que en las orillas tiemblan
del río humilde y manso.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano.

De tu morena gracia,
de tu soñar gitano,
de tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Me embriagaré una noche
de cielo negro y bajo,
para cantar contigo,
orilla al mar salado,
una canción que deje
cenizas en los labios...
De tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.

Para tu linda hermana
arrancaré los ramos
de florecillas nuevas
a los almendros blancos,
en un tranquilo y triste
alborear de marzo.
Los regaré con agua
de los arroyos claros,
los ataré con verdes
junquillos del remanso...
Para tu linda hermana
yo haré un ramito blanco.

 Antonio Machado

jueves, 17 de julio de 2014

Íntima - Julia de Burgos


1

Se recogió la vida para verme pasar.
Me fui perdiendo átomo por átomo de mi carne
y fui resbalándome poco a poco al alma.

Peregrina en mí misma, me anduve un largo instante.
Me prolongué en el rumbo de aquel camino errante
que se abría en mi interior,
y me llegué hasta mí, íntima.

Conmigo cabalgando seguí por la sombra del tiempo
y me hice paisaje lejos de mi visión.

Me conocí mensaje lejos de la palabra.
Me sentí vida al reverso de una superficie de colores y formas.
Y me vi claridad ahuyentando la sombra vaciada en la tierra desde el
hombre.

2

Ha sonado un reloj la hora escogida de todos.
¿La hora? Cualquiera. Todas en una misma.
Las cosas circundantes reconquistan color y forma.
Los hombres se mueven ajenos a sí mismos
para agarrar ese minuto índice
que los conduce por varias direcciones estáticas.

Siempre la misma carne apretándose muda a lo ya hecho.
Me busco. Estoy aún en el paisaje lejos de mi visión.
Sigo siendo mensaje lejos de la palabra.

La forma que se aleja y que fue mía un instante
me ha dejado íntima.
Y me veo claridad ahuyentando la sombra
vaciada en la tierra desde el hombre.

 Julia de Burgos

martes, 15 de julio de 2014

INTRAMUROS (Esta noche estoy solo)

Esta noche estoy solo. Mi compañero (algún día sabrás el nombre) está en la enfermería. Es buena gente, pero de vez en cuando no viene mal estar solo. Puedo reflexionar mejor. No necesito armar un biombo para pensar en vos. Dirás que cuatro años, cinco meses y catorce días son demasiado tiempo para reflexionar. Y es cierto. Pero no son demasiado tiempo para pensar en vos. Aprovecho para escribirte porque hay luna. Y la luna siempre me tranquiliza, es como un bálsamo. Además ilumina, así sea precariamente, el papel, y esto tiene su importancia porque a esta hora no tenemos luz eléctrica. En los dos primeros años ni siquiera tenía luna, así que no me quejo. Siempre hay alguien que está peor, como concluía Esopo. Y hasta peorísimo, como concluyo yo.
 Es curioso. Cuando uno está afuera e imagina que, por una razón o por otra, puede pasar varios años entre cuatro paredes, piensa que no aguantaría, que eso sería sencillamente insoportable. No obstante, es soportable, ya se ve. Al menos yo lo he soportado. No niego haber pasado momentos de desesperación, además de aquellos en que la desesperación incluye sufrimiento físico. Pero ahora me refiero a la desesperación pura, cuando uno empieza a calcular, y el resultado es esta jornada de clausura, multiplicada por miles de días. No obstante, el cuerpo es mas adaptable que el ánimo. El cuerpo es el primero que se acostumbra a los nuevos horarios, a sus nuevas posturas, al nuevo ritmo de sus necesidades, a sus nuevos cansancios, a sus nuevos descansos, a su nuevo hacer y a su nuevo no hacer. Si tenés un compañero, lo podés medir al principio como a un intruso. Pero de a poco se va convirtiendo en interlocutor. El de ahora es el octavo. Creo que con todos me he llevado bastante bien. Lo bravo es cuando las desesperaciones no coinciden, y el otro te contagia la suya, o vos le contagiás la tuya. O también puede ocurrir que uno de los dos se oponga resueltamente al contagio y esa resistencia origine un choque verbal, un enfrentamiento, y en esos casos justamente la condición de clausura ayuda poco, mas bien exacerba los ánimos, le hace a uno (y al otro) pronunciar agravios, y, algunas veces, hasta decir cosas irreparables que enseguida agudizan su significado por el mero hecho de que la presencia del otro es obligatoria y por lo tanto inevitable. Y si la situación se pone tan dura que los dos ocupantes del lugarcito no se dirijan la palabra, entonces tal compañía, embarazosa y tensa, lo deteriora a uno mucho más, y más rápidamente, que una soledad total. Por suerte, en este ya largo historial, tuve un solo capítulo de este estilo, y duró poco. Estábamos tan podridos de ese silencio a dos voces, que una tarde nos miramos y casi simultaneamente empezamos a hablar. Después fue fácil.
 Hace aproximadamente dos meses que no tengo noticias tuyas. No te pregunto que pasa porque sé lo que pasa. Y lo que no. Dicen que dentro de una semana todo se regulizará otra vez. Ojalá. No sabes lo importante que es una carta para cualquiera de nosotros. Cuando hay recreo y salimos, de inmediato se sabe quiénes recibieron cartas y quiénes no. Hay una extraña iluminación en los rostros de los primeros, aunque muchas veces traten de ocultar su alegría para no entristecer más a los que no tuvieron esa suerte. En estas últimas semanas, por razones obvias, todos estábamos con caras largas, y eso tampoco es bueno. De modo que no tengo respuesta a ninguna pregunta tuya, sencillamente porque carezco de tus preguntas. Pero yo sí tengo preguntas. No las que vos ya sabés sin necesidad de que te las haga, y que, dicho sea de paso, no me gusta hacerte para no tentarte a que alguna vez (en broma, o lo que sería muchísimo más grave, en serio) me digas: "Ya no." Simplemente quería preguntarte por el Viejo. Hace mucho que no me escribe. Y en este caso tengo la impresión de que no hay ninguna otra causa para la no recepción de cartas. Sólo que hace mucho que no me escribe. Y no sé por qué. Repaso a veces (sólo mentalmente, claro), lo que recuerdo haberle escrito en algunos de mis breves mensajes, pero no creo que haya habido en ellos nada que lo hiriera. ¿Lo ves a menudo? Otra pregunta: ¿cómo le va a Beatriz en la escuela? En su última cartita me pareció notar cierta ambigüedad en sus datos. ¿Te das cuenta de que te extraño? Pese a mi capacidad de adaptación, que no es poca, ésta es una de las faltas a las que ni mi ánimo ni mi cuerpo se han acostumbrado. Al menos, hasta hoy. ¿Llegaré a habituarme? No lo creo. ¿Vos te habituaste?
Mario Benedetti - Primavera con una esquina rota.

domingo, 13 de julio de 2014

Introducción a los sueños - Antonio Machado

Leyendo un claro día
mis bien amados versos,
he visto en el profundo
espejo de mis sueños

que una verdad divina
temblando está de miedo,
y es una flor que quiere
echar su aroma al viento.

El alma del poeta
se orienta hacia el misterio.
Sólo el poeta puede
mirar lo que está lejos
dentro del alma, en turbio
y mago sol envuelto.

En esas galerías,
sin fondo, del recuerdo,
donde las pobres gentes
colgaron cual trofeo

el traje de una fiesta
apolillado y viejo,
allí el poeta sabe
el laborar eterno
mirar de las doradas
abejas de los sueños.

Poetas, con el alma
atenta al hondo cielo,
en la cruel batalla
o en el tranquilo huerto,

la nueva miel labramos
con los dolores viejos,
la veste blanca y pura
pacientemente hacemos,
y bajo el sol bruñimos
el fuerte arnés de hierro.

El alma que no sueña,
el enemigo espejo,
proyecta nuestra imagen
con un perfil grotesco.

Sentimos una ola
de sangre, en nuestro pecho,
que pasa... y sonreímos,
y a laborar volvemos.

 Antonio Machado

sábado, 12 de julio de 2014

Ángelus - Mario Benedetti

Quién me iba a decir que el destino era esto

Ver la lluvia a través de letras invertidas,
un paredón con manchas que parecen prohombres,
el techo de los ómnibus brillantes como peces
y esa melancolía que impregna las bocinas.

Aquí no hay cielo,
aquí no hay horizonte.

Hay una mesa grande para todos los brazos
y una silla que gira cuando quiero escaparme.
Otro día se acaba y el destino era esto.

Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
porque no queda bien que la tinta se corra.

Mario Benedetti - Poemas de la oficina

jueves, 10 de julio de 2014

Epigrama con muro - Mario Benedetti

Entre tú y yo/mengana mía/ se levantaba
un muro de Berlín hecho de horas desiertas
añoranzas fugaces

tú no podías verme porque montaban guardia
los rencores ajenos
yo no podía verte porque me encandilaba
el sol de tus augurios

y no obstante solía preguntarme
cómo serías en tu espera
si abrirías por ejemplo los brazos
para abrazar mi ausencia

pero el muro cayó
se fue cayendo
nadie supo que hacer con los malentendidos
hubo quien los juntó como reliquias

y de pronto una tarde
te vi emerger por un hueco de niebla
y pasar a mi lado sin llamarme

ni tocarme ni verme
y correr al encuentro de otro rostro
rebosante de calma cotidiana otro rostro que tal vez ignoraba
que entre tú y yo existía
había existido
un muro de Berlín que al separarnos
desesperadamente nos juntaba
ese muro que ahora es sólo escombros
más escombros y olvido.
Mario Benedetti

miércoles, 9 de julio de 2014

Íntima - Gabriela Mistral

Tú no oprimas mis manos.
Llegará el duradero
tiempo de reposar con mucho polvo
y sombra en los entretejidos dedos.

Y dirías: «No puedo
amarla, porque ya se desgranaron
como mieses sus dedos».

Tú no beses mi boca.
Vendrá el instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios
sobre un mojado suelo.

Y dirías: «La amé, pero no puedo
amarla más, ahora que no aspira
el olor de retamas de mi beso».

Y me angustiara oyéndote,
y hablaras loco y ciego,
que mi mano será sobre tu frente
cuando rompan mis dedos,
y bajará sobre tu cara llena
de ansia mi aliento.

No me toques, por tanto. Mentiría
al decir que te entrego
mi amor en estos brazos extendidos,
en mi boca, en mi cuello,
y tú, al creer que lo bebiste todo,
te engañarías como un niño ciego.

Porque mi amor no es sólo esta gavilla
reacia y fatigada de mi cuerpo,
que tiembla entera al roce del cilicio
y que se me rezaga en todo vuelo.

Es lo que está en el beso, y no es el labio;
lo que rompe la voz, y no es el pecho:
¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome
el gajo de las carnes, volandero!

 Gabriela Mistral

martes, 8 de julio de 2014

“Primavera con una esquina rota” - Mario Benedetti


Lo esencial es adaptarse. Ya sé que a esta edad es difícil. Casi imposible. Y sin embargo. Después de todo, mi exilio es mío. No todos tienen un exilio propio. A mí quisieron encajarme uno ajeno. Vano intento. Lo convertí en mío. ¿Cómo fue? Eso no importa. No es un secreto ni una revelación. Yo diría que hay que empezar a apoderarse de las calles. De las esquinas. Del cielo. De los cafés. Del sol y, lo que es más importante, de la sombra. Cuando uno llega a percibir que una calle no le es extranjera, sólo entonces la calle deja de mirarlo a uno como a un extraño. Y así con todo. Al principio yo andaba con un bastón, como quizá corresponda a mis sesenta y siete años. Pero no era cosa de la edad. Era una consecuencia del desaliento. Allá, siempre había hecho el mismo camino para volver a casa. Y aquí echaba eso de menos. La gente no comprende ese tipo de nostalgia. Creen que la nostalgia sólo tiene que ver con cielos y árboles y mujeres. A lo sumo, con militancia política. La patria, en fin. Pero yo siempre tuve nostalgias más grises, más opacas. Por ejemplo, ésa. El camino de vuelta a casa. Una tranquilidad, un sosiego, saber qué viene después de cada esquina, de cada farol, de cada quiosco. Aquí, en cambio, empecé a caminar y a sorprenderme. Y la sorpresa me fatigaba. Y por añadidura no llegaba a casa, sino a la habitación. Cansado de sorprenderme, eso sí. Tal vez por eso recurrí al bastón. Para aminorar tantas sorpresas. O quizá para que los compatriotas que iba encontrando, me dijeran: «Pero, don Rafael, usted allá no usaba bastón», y yo pudiera contestarles: «Bueno, tampoco vos usabas guayabera». Sorpresa por sorpresa. Uno de esos asombros fue una tienda con máscaras, de colores un poco abusivos, hipnotizantes. No podía habituarme a las máscaras, aunque siempre fueran las mismas. Pero junto con la recurrencia de las máscaras, se repetía también mi deseo, o quizá mi expectativa, de que las máscaras cambiaran, y diariamente me asombraba encontrar las mismas. Y entonces el bastón me ayudaba. ¿Por qué? ¿Para qué? Bueno, para apoyarme cuando me asaltaba esa modesta decepción de todas las tardes, quiero decir cuando comprobaba que las máscaras no habían cambiado. Y debo reconocer que mi expectativa no era tan absurda. Porque la máscara no es un rostro. Es un artificio, ¿no? Un rostro cambia sólo por accidente. Quiero decir en su estructura; no en su expresión, que ésta sí es variable. En cambio, una máscara puede cambiar por miles de motivos. Digamos: por ensayo, por experimentación, por ajuste, por mejoría, por deterioro, por sustitución. Sólo a los tres meses comprendí que no podía esperar nada de las máscaras. No iban a cambiar esas empecinadas, esas tozudas. Y empecé a fijarme en los rostros. Al fin de cuentas, fue un buen cambio. Los rostros no se repetían. Venían hacia mí, y dejé el bastón. Ya no tenía que apoyarme para soportar el estupor. Quizá cada rostro no cambiara con los días, sino con los años, pero los que venían a mí (con excepción de una mendiga huesuda y tímida) eran siempre nuevos. Y con ellos venían todas las clases sociales, en autos impresionantes, en autitos modestos, en autobuses, en sillas de ruedas, o simplemente caminando. Ya no eché de menos el camino, montevideano y consabido, de vuelta a casa. En la nueva ciudad había nuevos derroteros. Derrotero viene de derrota, ya lo sé. Nuestra derrota no será total, pero es derrota. Ya lo había comprendido, pero lo confirmé plenamente cuando di la primera clase. El alumno se puso de pie y pidió permiso para preguntar. Y preguntó: «Maestro, ¿por qué razón su país, una asentada democracia liberal, pasó tan rápidamente a ser una dictadura militar?» Le pedí que no me llamara maestro. No es nuestra costumbre. Pero se lo pedí solamente para organizar la respuesta. Le dije lo consabido: que el proceso empezó mucho antes, no en la calma, sino en el subsuelo de la calma. Y fui anotando en el pizarrón los varios rubros, los períodos, las caracterizaciones, los corolarios. El muchacho asintió. Y yo leí en sus ojos comprensivos toda la dimensión de mi derrota, de mi derrotero. Y desde entonces regreso cada tarde por una ruta distinta. Por otra parte, ahora ya no vuelvo a una habitación. Tampoco es una casa. Es simplemente un apartamento, o sea, un simulacro de casa: una habitación con agregados. Pero la nueva ciudad me gusta, ¿por qué no? Su gente —menos mal— tiene defectos. Y es muy entretenido especializarme en ellos. Las virtudes —por supuesto también las poseen— generalmente aburren. Los defectos, no. La cursilería, por ejemplo, es una zona prodigiosa, en la que nunca acabo de especializarme. Mi bastón, sin ir más lejos, era un amago de cursilería, y sin embargo tuve que abandonarlo. Cuando me siento cursi, me desprecio un poquito, y eso es malísimo. Porque nunca es bueno despreciarse, a menos que existan fundadas razones, que no es mi caso.

Mario Benedetti

lunes, 7 de julio de 2014

Piedritas en la ventana

De vez en cuando la alegría
tira piedritas contra mi ventana
quiere avisarme que está ahí esperando
pero me siento calmo
casi diría ecuánime
voy a guardar la angustia en un escondite
y luego a tenderme cara al techo
que es una posición gallarda y cómoda
para filtrar noticias y creerlas

quién sabe dónde quedan mis próximas huellas
ni cuándo mi historia va a ser computada
quién sabe qué consejos voy a inventar aún
y qué atajo hallaré para no seguirlos

está bien no jugaré al desahucio
no tatuaré el recuerdo con olvidos
mucho queda por decir y callar
y también quedan uvas para llenar la boca

está bien me doy por persuadido
que la alegría no tire más piedritas
abriré la ventana
abriré la ventana.

Mario Benedetti - Cotidianas (1978-1979).

domingo, 6 de julio de 2014

El sabor de un hombre - Slavenka Drakulic

Nunca hasta entonces para mí la muerte había estado tan próxima al placer. La idea de la muerte que se me aparecía antes de dormirme extenuada, era tan ligera y vaporosa como un tenue velo negro mecido por nuestro aliento. Morir así, fundidos en un minúsculo núcleo negro de eternidad. Si intentaba decir algo, él me tapaba la boca con la mano. Temía mis susurros, palabras que no pronunciaba pero que estaban ahí, entre los dos cuerpos húmedos inermes. Más tarde, cuando empezamos a cocinar juntos, nuestro tiempo dejó de estar limitado a la noche. Por el día en la cocina las palabras se transformaban en jugosos bocados de pierna de cordero asada, patatas, sopa de marisco, pescado en salsa de eneldo y tarta de chocolate. Era como si a través de la comida nos liberáramos del miedo a los malentendidos. Pero no había ningún modo, absolutamente ninguno, de que nos pudiéramos saciar el uno del otro. Cuando se lo mencioné, cuando le dije que nada podía aplacar mi hambre de él, me recitó a María Bonaparte. Comprendí sus palabras, aunque estaban en portugués: «O amor é o mais exigente, o mais difícil de satisfazer de nossos instintos. Temos fome e se podemos comer, a fome desaparece. Temos sede e se podemos beber, cessamos de ter sede. Temos sono e se dormimos nos despertamos dispostos. Assim repousados, saciados, despertos, não pensamos mais em comer, beber ou dormir, até que a necessidade de novo renasça. Mas a necessidade de amor é de uma tenacidade diferente. Parece com una sede de ninguém poderá satisfazer totalmente, nem mesmo pela posse física.»

Slavenka Drakulic, de El sabor de un hombre

sábado, 5 de julio de 2014

Gracias por el fuego - Mario Benedetti


(...)¿Quise esperar este instante a solas, sin prisa exterior y sin testigos, para decirme, con todas las letras, que estoy, enamorado? ¿A los cuarenta y cuatro años?

Quizás solo semienamorado. Porque ella dice que no, que no me quiere. Y para estar total, completa, y absolutamente enamorado, hay que tener plena conciencia de que uno también es querido, que uno también inspira amor. De modo que semienamorado. Pero ¿en que forma?


No como en la adolescencia, por supuesto que no. Entonces era una especie de locura contenta, un frenesí, que llevaba en su propio énfasis el germen de la autodestrucción, una suma de juego más sexo. Ahora es otra cosa. El sexo está, claro, como no iba a estar. Dolores me atrae físicamente. Me toca apenas, apoya una mano sobre mi brazo, no como un gesto de amor sino como un simple acompañamiento de la conversación, y siento en mí un estremecimiento, acuso inmediatamente recibo de esa piel mansa, tibia, prometedora, que aplasta momentánea y suavemente los vellos de mi antebrazo o de mi muñeca.

Pero hay mucho más. Mi conmoción interior es mas viva aun cuando me mira, que cuando me toca. 
Mario Benedetti