(...)¿Quise esperar este instante a solas, sin prisa exterior y sin testigos, para decirme, con todas las letras, que estoy, enamorado? ¿A los cuarenta y cuatro años?
Quizás solo semienamorado. Porque ella dice que no, que no me quiere. Y para estar total, completa, y absolutamente enamorado, hay que tener plena conciencia de que uno también es querido, que uno también inspira amor. De modo que semienamorado. Pero ¿en que forma?
No como en la adolescencia, por supuesto que no. Entonces era una
especie de locura contenta, un frenesí, que llevaba en su propio énfasis
el germen de la autodestrucción, una suma de juego más sexo. Ahora es
otra cosa. El sexo está, claro, como no iba a estar. Dolores me atrae
físicamente. Me toca apenas, apoya una mano sobre mi brazo, no como un
gesto de amor sino como un simple acompañamiento de la conversación, y
siento en mí un estremecimiento, acuso inmediatamente recibo de esa piel
mansa, tibia, prometedora, que aplasta momentánea y suavemente los
vellos de mi antebrazo o de mi muñeca.
Pero hay mucho más. Mi conmoción interior es mas viva aun cuando me mira, que cuando me toca.
Pero hay mucho más. Mi conmoción interior es mas viva aun cuando me mira, que cuando me toca.
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