Nunca llegaste a través de la tarjeta postal
ni me anunciaron con pretextos saludos
que tu palabra
tu canto y tu persuasivo aliento de prodigioso olor
rondaba inadvertido entre milagros.
Me reconozco culpable de que jamás mi exilio se
consoló con tu recuerdo.
Cómo se nos fueron los años,
cómo se te desgranó la inocencia
cómo has germinado en madre, en mujer. En otra.
Cómo yo también me fui a través del tiempo esculpiendo
en anónimos rostros hasta esta otra cara que hoy te enfrenta.
Casi niños,
se nos cuajó el deseo en verdes besos
que después maduraron en la frontera de otros labios.
No podría imaginarte como eras antes,
no podría mañana, imaginarte como eras ahora
¡no nos habita ningún presente puro!
para esta vergüenza de apagados y moribundos rubores.
Ariel Montoya
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