Tengo el corazón pesado
con tantas cosas que conozco,
es como si llevara piedras
desmesuradas en un saco,
o la lluvia hubiera caído,
sin descansar, en mi memoria.
No me pregunten por aquello.
No sé de lo que están hablando.
No supe yo lo que pasó.
Los otros tampoco sabían
y así anduve de niebla en niebla
pensando que nada pasaba,
buscando frutas en las calles,
pensamientos en las praderas
y el resultado es el siguiente:
que todos tenían razón
y yo dormía mientras tanto.
Por eso agreguen a mi pecho
no sólo piedras sino sombra,
no sólo sombra sino sangre.
Así son las cosa, muchacho,
y así también no son las cosas,
porque, a pesar de todo, vivo,
y mi salud es excelente,
me crecen el alma y las uñas,
ando por las peluquerías,
voy y vengo de las fronteras,
reclamo y marco posiciones,
pero si quieren saber más
se confunden mis derroteros
y si oyen ladrar la tristeza
cerca de mi casa, es mentira:
el tiempo claro es el amor,
el tiempo perdido es el llanto.
Así, pues, de lo que recuerdo
y de lo que no tengo memoria,
de lo que sé y de lo que supe,
de lo que perdí en el camino
entre tantas cosas perdidas,
de los muertos que no me oyeron
y que tal vez quisieron verme,
mejor no me pregunten nada:
toquen aquí, sobre el chaleco,
y verán cómo me palpita
un saco de piedras oscuras.
Pablo Neruda
domingo, 18 de mayo de 2014
sábado, 17 de mayo de 2014
CANCIÓN DEL ESPOSO SOLDADO - Miguel Hernández
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos
Miguel Hernández
sábado, 10 de mayo de 2014
QUIZÁ - Francisco Álvarez
Percibo tu presencia sin estar a mi lado,
y oigo tu breve paso hallándote tan lejos;
siento tu escalofrío sin haberte tocado,
y aún cerrando los ojos me ciegan tus reflejos.
Veo pasar las sombras y en ellas te adivino;
cuando me roza el aire sé que son tus cabellos;
si me azota la lluvia, tus besos imagino,
y por ti son mis sueños inmensamente bellos.
Pero no reconozco tu risa entre las risas,
porque amarga tristeza te cubre con su manto;
y en el tropel de gentes ruidosas y con prisas
no estás, porque te encuentras en soledad y llanto.
Un aura te rodea solemne y misteriosa
que fascina mis ojos aunque nunca te han visto;
es quizá la nostalgia gentil y silenciosa
que permea tu vida y en que yo mismo existo.
No obstante, ambos sabemos que ha de llegar el día
en que la luz disipe la sombra en que vivimos;
y al resurgir pujante nuestra innata alegría,
hemos de ser de nuevo como otro tiempo fuimos.
Tú encontrarás un hombre que te bese y te cante,
y no habrá en vuestra entrega ni exigencia ni ruego;
yo volveré a mis sueños, inventando una amante
y escribiéndola versos, sentado junto al fuego.
Y al mirar al pasado desde el nuevo presente
de ilusiones azules y de esperanzas verdes,
una estrella en el cielo y una luz en tu mente
musitarás mi nombre y quizá me recuerdes.
Francisco Álvarez
y oigo tu breve paso hallándote tan lejos;
siento tu escalofrío sin haberte tocado,
y aún cerrando los ojos me ciegan tus reflejos.
Veo pasar las sombras y en ellas te adivino;
cuando me roza el aire sé que son tus cabellos;
si me azota la lluvia, tus besos imagino,
y por ti son mis sueños inmensamente bellos.
Pero no reconozco tu risa entre las risas,
porque amarga tristeza te cubre con su manto;
y en el tropel de gentes ruidosas y con prisas
no estás, porque te encuentras en soledad y llanto.
Un aura te rodea solemne y misteriosa
que fascina mis ojos aunque nunca te han visto;
es quizá la nostalgia gentil y silenciosa
que permea tu vida y en que yo mismo existo.
No obstante, ambos sabemos que ha de llegar el día
en que la luz disipe la sombra en que vivimos;
y al resurgir pujante nuestra innata alegría,
hemos de ser de nuevo como otro tiempo fuimos.
Tú encontrarás un hombre que te bese y te cante,
y no habrá en vuestra entrega ni exigencia ni ruego;
yo volveré a mis sueños, inventando una amante
y escribiéndola versos, sentado junto al fuego.
Y al mirar al pasado desde el nuevo presente
de ilusiones azules y de esperanzas verdes,
una estrella en el cielo y una luz en tu mente
musitarás mi nombre y quizá me recuerdes.
Francisco Álvarez
viernes, 9 de mayo de 2014
CUANDO DE TI ME VAYA - Francisco Álvarez
Al llegar el momento,
ha de llorar la luna con lágrimas de estrellas
haciendo más oscuro en la noche el firmamento,
pero serán las tuyas más tristes y más bellas.
Cuando llegue el momento se aferrará tu mano
a la mía, intentando retenerme a tu vera,
y maldiciendo al tiempo, inflexible tirano,
que no detuvo el paso en su carrera.
Una serpiente amarga se enroscará en tu pecho,
atenazando el alma con negra incertidumbre.
Qué frío habrá en tu lecho,
qué sola irás entre la muchedumbre.
Mas quedará el recuerdo de los días brillantes,
de las noches rojizas
en que fuimos amantes,
y el fuego estará vivo en las cenizas.
Y habrá un faro en la costa destellando
chorros de luces sobre el mar inquieto,
penetrando en las sombras, y aventando
la duda oculta y el temor secreto.
Mira en la oscuridad
del sentimiento triste
el resplandor, no la fugacidad,
de la entrega que di y que me ofreciste.
Y cesará la luna
de sollozar nostálgicos olvidos,
porque no habrá ninguna,
ninguna otra mujer en mis gemidos.
Francisco Álvarez
ha de llorar la luna con lágrimas de estrellas
haciendo más oscuro en la noche el firmamento,
pero serán las tuyas más tristes y más bellas.
Cuando llegue el momento se aferrará tu mano
a la mía, intentando retenerme a tu vera,
y maldiciendo al tiempo, inflexible tirano,
que no detuvo el paso en su carrera.
Una serpiente amarga se enroscará en tu pecho,
atenazando el alma con negra incertidumbre.
Qué frío habrá en tu lecho,
qué sola irás entre la muchedumbre.
Mas quedará el recuerdo de los días brillantes,
de las noches rojizas
en que fuimos amantes,
y el fuego estará vivo en las cenizas.
Y habrá un faro en la costa destellando
chorros de luces sobre el mar inquieto,
penetrando en las sombras, y aventando
la duda oculta y el temor secreto.
Mira en la oscuridad
del sentimiento triste
el resplandor, no la fugacidad,
de la entrega que di y que me ofreciste.
Y cesará la luna
de sollozar nostálgicos olvidos,
porque no habrá ninguna,
ninguna otra mujer en mis gemidos.
Francisco Álvarez
lunes, 5 de mayo de 2014
EN MIS RODILLAS - Francisco Álvarez
Sentada en mis rodillas y a mi cuello abrazada,
se ha detenido el tiempo, la palabra dormita,
el pensamiento inmóvil no se ocupa de nada,
e ignoran los oídos a quien murmura o grita.
Qué lejanas las sombras que las nubes proyectan,
y las dudas qué absurdas y qué insignificantes,
que aún estando en el fondo del alma, no la infectan,
y aún hiriendo sus teclas no suenan discordantes.
Flota la mente ausente en exótico nirvana,
el sentimiento fluye profundo pero lento,
y en la quietud serena ni el sentido se afana,
ni la ansiedad destruye la magia del momento.
La cabeza en el hombro resuelve los dilemas,
evade los conflictos y el horizonte amplía;
susurraré a tu oído uno de mis poemas,
y te amaré esta noche que es joven todavía
Francisco Álvarez
se ha detenido el tiempo, la palabra dormita,
el pensamiento inmóvil no se ocupa de nada,
e ignoran los oídos a quien murmura o grita.
Qué lejanas las sombras que las nubes proyectan,
y las dudas qué absurdas y qué insignificantes,
que aún estando en el fondo del alma, no la infectan,
y aún hiriendo sus teclas no suenan discordantes.
Flota la mente ausente en exótico nirvana,
el sentimiento fluye profundo pero lento,
y en la quietud serena ni el sentido se afana,
ni la ansiedad destruye la magia del momento.
La cabeza en el hombro resuelve los dilemas,
evade los conflictos y el horizonte amplía;
susurraré a tu oído uno de mis poemas,
y te amaré esta noche que es joven todavía
Francisco Álvarez
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